Sacado del libro
Manual Práctico de evangelismo
Samuel Vila
Segunda parte
Capitulo Siete
Pag 146-158
CÓMO DISCUTIR CON LOS TESTlGOS DE JEHOVÁ
Al igual que a los católicos, hay que tratar a estas personas con amor y tolerancia; no dándoles la ventaja de ser más corteses que nosotros, como algunas veces ocurre. Es cierto que suelen ser muy importunos y pegadizos a quienes les da oído, pero se puede mostrar la firmeza de la propia fe, sin ser descortés con el que tiene una opinión diferente. Debemos tener en cuenta que los «Testigos de Jehová», son, por lo general, antiguos católicos que encontraron en el Russellismo una salida de sus dudas acerca de la religión en que fueron educados, y recibieron esta doctrina como un gran descubrimiento de las Sagradas Escrituras; con el mismo entusiasmo con que nuestros antepasados de hace un siglo recibieron la fe cristiana evangélica. Es, pues, necesario respetar su entusiasmo y fervor. Además, es digno de tener en cuenta que muchos de ellos han pasado de la fe rusellista a la fe cristiana evangélica, con relativa facilidad, cuando han encontrado algún creyente evangélico capacitado para mostrarles los errores de su secta.
T. Lo más probable es que el rusellista le diga, cuando usted le declare ser cristiano evangélico: «Es muy bueno que usted sea evangélico y le guste estudiar la Biblia, precisamente nosotros somos estudiantes de la Biblia». Dígale pronto, antes de que ellos puedan sacar a luz los errores de su secta, que usted ha encontrado en la Biblia la mejor y más grande noticia: que Jesucristo es un Salvador completo y perfecto para los pecadores que le aceptan y confían en Él de todo corazón.
Probablemente les oirá decir: «Sí, Jesús vino de parte de Dios para enseñar a los hombres a vivir según la Ley de Jehová; pero la fe en Él debe ir acompañada de obediencia a la Palabra de Jehová».
O bien le dirán: «Está bien que confíen en Jesús como el Redentor que murió por nuestros pecados, pero no digan ustedes que Jesús era Dios eterno, sino un enviado de Dios, la primera criatura del Dios eterno».
Si usted le hace preguntas bien atinadas acerca de quién era esta criatura que vino de parte de Dios, y su interlocutor es un «Testigo» bien instruido en la doctrina de su secta, le dirá que «Jesús era el arcángel Miguel», y que «la Biblia no enseña que haya tres dioses: El Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, sino un solo Dios. Posiblemente citará Deuteronomio 6:4.
R. A este alegato puede usted responder que la doctrina de la Trinidad se halla en la Biblia desde el primer capítulo, leyéndole el plural que aparece en
Génesis 1:26:
«Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre
a nuestra imagen conforme a nuestra semejanza».
Y en Génesis 11:7:
«Ahora pues, descendamos y confundamos
allí su lengua para que ninguno
entienda el habla de su compañero».
Si su interlocutor conoce el hebreo, o fuera de origen judío, es un buen argumento recordarle que la palabra «Elohim» es un plural de «Él» (Dios), y por lo tanto el texto de
Deuteronomio 6:4 es literalmente: «Oye, Israel, Jehová nuestros dioses, Jehová uno es».
Parece un contrasentido, ¿verdad?, pero ¿de qué otra manera podía Dios hacer evidente el profundo pero innegable misterio de la divinidad trinitaria tantas veces revelado en otros lugares de la Sagrada Escritura y al mismo tiempo la unidad de Dios en su constitución trinitaria? Léale las declaraciones de Jesús en
Juan 10:30: «Yo y el Padre una cosa somos», y
Juan 17:21: «Para que todos sean uno, como Tú,
oh Padre en Mí y yo en Ti, que
también ellos sean uno en nosotros».
Y lo que dice en
Colosenses 1:15-17: «El cual es la imagen del Dios invisible,
el primogénito (o heredero) de toda la creación; porque
por Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos
y las que hay en la tierra, las visibles y las invisibles;
sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades;
todo fue creado por medio de Él y para Él. Y Él es antes
de todas las cosa, y todas las cosas tienen consistencia en Él».
Y según leemos en
Apocalipsis 21:5-7: «Y el que estaba sentado en el Trono dijo:
He aquí yo hago nuevas todas las cosas; y me dijo:
escribe. Porque estas palabras son fieles y verdaderas;
y me dijo: Hecho está yo soy el Alpha y la Omega, el principio
y el fin. Al que tenga sed yo le daré gratuitamente
de la fuente del agua de la vida. El que venza ´
heredará todas las cosas y yo seré su Dios
y él será mi hijo».
¿Quién es el que dice esto, sino aquel mismo de quien Juan declara al principio de su Evangelio:
«En el principio era el Verbo y el Verbo
estaba con Dios y el Verbo era Dios»?
Como aclara el versívulo 18 del mismo capítulo:
«A Dios nadie le ha visto jamás, el Unigénito Hijo
que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer».
Todos estos textos demuestran que Jesucristo es Dios eterno, juntamente con el Padre y que este ser invisible se ha desdoblado y hecho visible en la persona del Verbo, Jesucristo. Es un invento muy atrevido, para no decir blasfemo, del fundador de la secta Rusellista, decir que Jesucristo es, simplemente, un ángel creado, el ángel Miguel.
Si Jesucristo no era Dios, queda muy disminuido el valor de su obra redentora. Use, para ilustrarlo, el ejemplo del juez que pagó la multa de cierto acusado a quien quería perdonar con justicia. ¿Qué le parece si el juez en vez de pagar él mismo la multa hubiese obligado a pagarla a alguno de los presentes en la sala de juicio? ¿Habría sido justo? Y por otra parte, ¿habría podido levantar en el corazón del beneficiado el mismo amor y gratitud, como el hecho de ver al propio juez sacrificándose personalmente a su favor? Escriba el texto de Juan 3:16 en la misma forma personal que aparece en la página 112, poniendo el nombre de su amigo y sustituyendo el nombre de «Hijo Unigénito» por el de: arcángel Miguel, y haga las consideraciones pertinentes.
T. Probablemente le hará leer ´
Levítico 17:10-13, que dice:
«Si cualquier varón de la casa de Israel o de los extranjeros
que moran entre ellos, come alguna sangre, yo pondré mi rostro
contra la persona que coma sangre, y la cortaré de entre su pueblo.
Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo se la he dado
para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas;
y la misma sangre hará expiación de la persona. Por tanto
he dicho a los hijos de Israel, nin-guna persona de vosotros
comerá sangre, ni el extranjero que viva entre vosotros
comerá sangre y cualquier varón de los hijos de Israel o
de los extranjeros que moran entre ellos, que cace
animal o ave que sea de comer, derramará su sangre y
la cubrirá con tierra».
R. Hágale notar que el texto bíblico no dice que la sangre sea el alma de las personas, sino solamente su vida. Es cierto que si a una persona se le quita la sangre se le quita la vida; pero lo mismo ocurre si se le produce una herida en una parte vital, como el cerebro, aunque no llegue a derramársele sino una parte pequeñísima de su sangre, y quede casi toda ella en el cuerpo.
T. Pero usted no podrá negar –le dirá el «Testigo»– que la misma palabra «nephesh», que significa sangre, se emplea también en muchos lugares del Antiguo Testamento para designar lo que ustedes llaman alma.
R. A esto puede usted responder que es cierto, porque los hebreos tenían un vocabulario muy limitado, pero también es innegable que la misma palabra «nephesh» se emplea para decir «yo mismo», o «él mismo». Por ejemplo, en 1º Samuel 18:1-23, Isaías 42:2, Salmos 3:3 y 7:3. En otros lugares la palabra «nephesh» es usada con referencia a los sentimientos morales y espirituales de la persona, de modo que no podría de ningún modo aplicarse a estos pocos litros de hemoglobina que llamamos sangre. Según el Antiguo Testamento la «nephesh humana tiende al mal» (véase Deuteronomio 18:6 y 1º Samuel 3:20), en los piadosos «aspira a Dios» (Salmos 42:2, 63:2, 103 y 104:5). Asimismo leemos que la «nephesh descansa en Dios», en Salmos 62:2 y 63:9. Aplicaciones que de ningún modo pueden hacerse a la sangre, considerada como líquido vital del cuerpo. Sería absurdo decir que la sangre de un hombre o de un animal tiende al mal o aspira a Dios, si no es un sentido metafórico, tal como nosotros también usamos la palabra alma para significar persona al decir que en Nueva York viven siete millones de almas, o cuando declaramos ante una mala noticia: «Me has clavado un puñal en el alma». Todos entendemos que tanto la palabra puñal como la palabra alma son términos figurados y que de ningún modo debemos materializar. En consecuencia, no es extraño que la palabra hebrea «nephesh» sea usada en varios sentidos, a veces como sangre, otras como aliento vital, y otras veces como elemento espiritual.
En el Nuevo Testamento la palabra «psique» equivale a la palabra hebrea «nephesh», y también se usa en un sentido figurado en textos como
Hebreos 4:12 donde leemos:
«La Palabra de Dios es viva y eficaz y más penetrante que una
espada de dos filos y que alcanza hasta partir el alma y
el espíritu y las coyunturas y tuétanos, y discierne
los pensamientos y las intenciones del corazón».
Y aún en el A.T. leemos, por ejemplo, en el Salmo 129:8, que
«el impío cuando despierta, su “nephesh” está vacía».
¿De qué puede estar vacía el alma si se tratara simplemente de sangre física? O cuando leemos en los Salmos 42:2 y 63:1:
«Mi “nephesh” tiene sed de Dios, del Dios vivo».
¿Puede la sangre tener sed, o sea, ardiente deseo, de algo? Pero el alma, en el sentido de ser espiritual, sí que puede tener este vivo deseo de conocer a Dios y estar en comunión con Él.
T. Le dirán los «Testigos»: Si la sangre no es el alma, ¿por qué prohibiría Dios a los judíos comerla?
R. Se comprende claramente que lo hizo para inspirarles horror y repugnancia a los crímenes de sangre. En aquellos tiempos primitivos no existían armas de fuego que matan sin derramar mucha sangre, ni apenas eran conocidos los venenos mortales. Las peleas y luchas con gran derramamiento de sangre, era la causa más común de los asesinatos. Esta es la primera razón por la cual era necesario crear un respeto reverente a la sangre.
En segundo lugar, Dios tenía el propósito de enseñar a los hombres la doctrina de la redención por los sufrimientos del Mesías, hijo de Dios hecho hombre, y les ordenó todos aquellos sacrificios que encontramos en los libros de Éxodo y Levítico, mediante los cuales se ilustraba de un modo gráfico el sacrificio de Cristo en favor de los pecadores. Gracias a la educación que los israelitas tenían acerca del valor expiatorio de las víctimas ofrecidas sobre el altar, pudo Juan el Bautista decir acerca de Jesús: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», y la doctrina de la redención por la muerte de Cristo pudo ser fácilmente comprendida, primero por los judíos y más tarde por los gentiles que también tenían esta tradición procedente de la revelación de Dios en el Edén, la cual se extendió por todo el mundo, pero atrozmente tergiversada por los sacerdotes de religiones paganas inspirados por Satanás (1ª Corintios 10:19-22), que llegaron a prescribir sacrificios humanos.
Pero esta orden de Dios a los hebreos de no co-mer sangre, no justifica de modo alguno el condenar a morir a una persona que necesita una transfusión. En aquellos tiempos no se sabían hacer transfusiones. No puede ser la voluntad de Dios dejar morir a personas cuya vida podría salvarse, sino todo lo contrario. He aquí el resultado de materializar las cosas espirituales. Todos entendemos que cuando leemos en la Biblia: «La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado» se refiere a los méritos de su sacrificio, y no a la sangre literalmente derramada en la cruz, que no puede, en modo alguno, llegar literalmente a todos los hombres.
La supervivencia del alma
Es notorio que los Testigos niegan, en contra de la opinión y enseñanza de toda la cristiandad por espacio de veinte siglos, la supervivencia del alma después de la muerte. Dicen que no tenemos un alma espiritual, sino que el alma es simplemente la vida, basándose en que la palabra «nephesh» tiene, como hemos visto, varios significados.
Con respecto a esta doctrina es clarísima la advertencia que hace Jesucristo en
Lucas 12:4:
«No te-máis a los que matan el cuerpo y después
nada más pueden hacer temed a Aquel que después
de haber quitado la vida, tiene autoridad para echar
en la Gehenna, sí, os digo, a éste temed».
Haga notar aquí la distinción que hace Jesús de los tres conceptos que ellos confunden: «cuerpo», «vida» y «alma». El alma no es la vida, sino algo totalmente distinto, que sobrevive al cuerpo cuando a éste le es quitada la vida. Haga constar que Jesús poseía, no sólo un vocabulario de palabras más extenso que los antiguos hebreos, sino que tenía un conocimiento bien claro de las cosas espirituales.
Hágale observar que aun en el A.T., el mismo Dios Jehová inspiró a los profetas hebreos para que declararan esta distinción. Léale
Eclesiastés 12:7:
«Y el polvo vuelve a la tierra de donde procede
y el espíritu vuelva a Dios que lo dio».
Y otros pasajes de los salmos, como el de
Salmos 90:10, que dice:
«Los días de nuestra edad son setenta u ochenta años…
porque somos cortado presto y “volamos”
no dice “dormimos” o nos “pudrimos en el cementerio”».
T. Si le replican con el texto de
Eclesiastés 9:5:
«Porque los vivos saben que han de morir,
«Porque los vivos saben que han de morir,
pero los muertos nada saben, ni tienen más paga
porque su memoria es puesta en olvido», invítele
a leer un poco más adelante en el mismo capítulo,
hasta el versículo 6 donde dice: «También
su amor y su odio, y su envidia fenecieron
ya y nunca más tendrán parte en lo que se hace
debajo del sol».
Fíjese que dice «debajo del sol» pero el cielo de Dios no está debajo del sol, sino mucho más lejos. ¿No comprende –puede continuar usted diciendo– que el pasaje significa que los muertos no intervienen en los asuntos de la tierra, pero sí pueden intervenir en las cosas del cielo? Léale también
Filipenses 1:23:
«Para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia.
«Para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia.
Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra,
no sé entonces qué escoger, porque de ambos lados
me siento apremiado, teniendo deseos de partir y estar con Cristo
lo cual es muchísimo mejor».
T. Si le dicen: «Pero entonces, ¿por qué dice san Pablo en 1ª Corintios 15:54-57 que la resurrección es la victoria sobre la muerte y Jesús hace tanto énfasis en que a los que creen Él los resucitará en el día postrero y no irán a condenación?» (Juan 5:13-29).
R. Porque en la resurrección el alma ha de recibir un nuevo cuerpo, mucho más glorioso que el cuerpo carnal que ahora poseemos. Recuerde que el mismo apóstol Pablo decía, en 2ª Corintios 5:4, que no quisiera ser desnudado, sino sobrevestido con el nuevo cuerpo; sin embargo, en el mismo pasaje afirma:
«En tanto que estamos en el cuerpo peregrinamos ausentes del Señor»,
y en el versículo 1 del mismo capítulo afirma que
«Si el cuerpo se deshace tenemos una
nueva casa hecha no de manos, eterna era los cielos».
Fíjese que habla en presente «tenemos», no en futuro. No dice «tendremos».
Para hacer claros estos textos puede proceder del mismo modo que hemos indicado en la página 112 acerca del gran texto Juan 3:16, escribiendo su propio nombre o el nombre de la persona con quien está hablando en el lugar de las palabras «mí»; y en 2 Corintios 5:8, sustituya la palabra «presentes al Señor», por «desde el cementerio». Es evidente que no podemos tratar de ser agradables a Cristo cuando estemos en el cementerio, si no existe un alma inmortal que vive en su presencia.
T. Seguramente le responderá su amigo que, ambos pasajes se refieren al dia de Cristo.
R. Fácilmente puede usted demostrarle que tal suposición es un subterfugio, ya que el texto literal tiene en ambos lugares un sentido inmediato.
Léale Apocalipsis 14:13 y haga énfasis en la frase «De aquí en adelante.» ¿Por qué diría «de aquí en adelante», si después de la redención obrada por Jesucristo la suerte de los fallecidos fuera, según la teoría rusellista, esperar en el sepulcro, en estado inconsciente, el día de la resurrección?
Pero ni para los judíos, creyentes en la resurrección, ni para los cristianos es así, pues ellos lo llamaban «ser reunido con los padres», y no hay reunión entre huesos desparramados en diversos sepulcros. Lo que ellos creían era la existencia de un lugar llamado «hades» donde los espíritus esperaban el día de la resurrección de los cuerpos (véase Lucas 16:19-31).
La evangelización de los «Testigos de Jehová» es una tarea difícil por lo muy aferrados que se hallan a las doctrinas de sus jefes de Brooklyn, hasta el punto de negarse a leer otros libros que no sean de ellos, o escuchar argumentos de palabra, empeñándose en hablar ellos constantemente.
Por eso lo más probable es que si usted se muestra firme en su fe evangélica, ellos dejarán de visitarle, pues tal es la orden que han recibido de sus jefes. Sólo visitan, con una pertinacia tenaz, a las personas que se muestran dudosas e ignorantes de las Sagradas Escrituras. Quizá sea usted, en tal caso, quien tenga que visitarles a ellos. En previsión de tal circunstancia sería bueno que usted les preguntara, en sus primeras visitas, su dirección particular, pues cuando hayan observado la firmeza de su convicción evangélica, no le darán su dirección, ni su número de teléfono, antes rehuirán todo contacto.
Su fanatismo es muy superior al de la inmensa mayoría de los católicos de nombre, pero también es mayor su interés en temas espirituales.
Por eso podemos asegurarle que si usted está firme en su fe evangélica, no es en vano el trabajo con ellos. Existen en España nuevos grupos evangélicos formados por ex-Testigos de Jehová, que fueron despertados de su apatía espiritual como católicos nominales por la intensa propaganda que llevan a cabo estos sectarios, pero acabaron reconociendo la verdad de la doctrina evangélica, según es expuesta en la Biblia, y particularmente en el N.T., renunciando



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